lunes, 17 de junio de 2013

Dos Chiles

por Rollo Bulger

Llevo algunos años viviendo en Chile, y cada día que pasa me sorprendo por las injusticias e inequidades del sistema en que viven los chilenos. Y lo más sorprendente, para alguien que viene desde Europa y que tiene una visión externa y no teñida por sensibilidades políticas, es la pasividad con que el pueblo chileno acepta vivir bajo un sistema que es, a todas luces, diseñado para ir en contra de las más mínimas condiciones de comunidad que se esperaría de una sociedad organizada y civilizada.

Los chilenos viven bajo un sistema que no los protege.

Una de las bases del establecimiento de la figura del Estado es proveer a sus miembros de un sistema que los proteja. En un principio, que los protegiera de amenazas externas y luego de amenazas internas, o de ellos mismos. Como sea, la existencia del Estado supone que hay una serie de reglas comunes que aseguran que no sea indiferente pertenecer o no al Estado, y que, sumando y restando, sea más conveniente pertenecer a él.

No se trata de recurrir al Estado de Bienestar que ha regido por décadas a los países europeos y que ahora la derecha mundial oportunista aprovecha de catalogar de “fracaso”. Se trata de tener un mínimo de retribución de protección a cambio de las prerrogativas que uno, como ciudadano, le concede al Estado, como el monopolio del uso de la fuerza, la sumisión a un sistema de castigo judicial y de respeto a un estado de derecho, el pago periódico de dinero para su sustento en la forma de impuestos, la obligación, en suma, de respetar normas de convivencia y aceptar las consecuencias de no hacerlo.

Eso debería dar, por supuesto, lugar a algunas retribuciones. Es decir, uno le da todo eso al estado y esperaría que el Estado le dé de vuelta algo. Si no, cuál es la gracia.

Para nadie es un misterio que existen dos Chile. Un Chile de ricos y un Chile de pobres. Los ricos viven en barrios segregados de los pobres. Sus hijos van a escuelas segregados de los pobres. Se atienden en un sistema de salud donde no se atienden los pobres. Reciben pensiones enormes gracias a sus ahorros de toda una vida siendo ricos, mientras los pobres se las deben batir con pensiones miseria. Y los ricos administran este sistema, asegurándose de que las condiciones de privilegio no cambien.

Si cambiamos “rico” por “blanco” y “pobre” por “negro”, la similitud con el sistema del apartheid sudafricano es sorprendente. Mucho más de lo que muchos chilenos estarían dispuestos a aceptar. Pero les concedo que quizás haya que ser extranjero para ver la realidad. Los chilenos están acostumbrados a vivir en su sistema de basura, creyendo que “así tiene que ser porque así ha sido siempre”. Da un poco de pena (al menos a mí, por mis amigos chilenos, a los que quiero mucho) que no sean capaces de levantarse y exigir un cambio a un sistema que los tiene completamente enceguecidos sobre su realidad.

Llevo exactamente doce años viviendo en este paraíso para los que tienen plata. Yo mismo he tenido acceso a lo mejor que este país puede ofrecer, porque he tenido un trabajo estable y bien pagado. Pero no puedo salir a la calle desde mi pedazo de Chile del primer mundo y ser feliz sabiendo que la gran mayoría de la gente vive en un sistema del tercer mundo, compartiendo el mismo territorio.