Una Bienal cada dos años
por Rollo Bulger
arquitecto
La XVIII Bienal de Arquitectura que se
acaba de inaugurar en la Estación Mapocho muestra, una vez más,
cómo utilizar una enorme cantidad de recursos y energías humanas en
un fin tan poco lucido y tan poco relevante como lo que ocurre cada
dos años.
Los arquitectos somos una de las pocas
profesiones que permanentemente estamos quejándonos de lo poco que
la sociedad nos toma en cuenta y cómo somos poco valorados al
momento de definir las políticas que se relacionan con la ciudad.
Existe una permanente mirada hacia adentro de los límites de la
disciplina que aspira a un rol del arquitecto como el del héroe que
soluciona todos los problemas del entorno físico-urbano, siendo
reconocidos por toda la sociedad como los verdaderos constructores y
diseñadores de nuestro entorno. Finalmente, queda cada vez más en
evidencia que los que verdaderamente toman las decisiones fuertes en
este ámbito son los ingenieros de transporte y los desarrolladores
inmobiliarios. ¿Qué les queda a los arquitectos? Harto poco, unas
casas de veraneo para la élite, algunos edificios
institucionales y no mucho más de relevancia. No, al menos, lo que
los arquitectos soñamos. Pues bien, el formato de la bienal
organizada por el Colegio de Arquitectos no ayuda mucho en esa
aspiración de atención y valoración.
Montada en diversos lugares de la
ciudad de Santiago desde su primera fecha en 1977, la Bienal de
Arquitectura de Chile es, no nos equivoquemos, algo más o menos
similar a una gran feria de la producción arquitectónica nacional
en los dos años anteriores a su montaje. En la distancia abismal que
hay entre sus aspiraciones como evento central de la arquitectura
chilena y su indigna realidad actual radica una de las situaciones
más incomprensibles del ámbito disciplinar chileno. Vamos por
partes.
A las bienales se les pone un título.
La actual lleva el anodino y oportunista título de Ciudades para
Ciudadanos. Anodino porque, como todos los títulos de las bienales
anteriores (quizás no todos, pero sí los últimos), no tiñe con su
especial tono el sentido de la muestra. ¿Acaso se va a encontrar uno
en la estación Mapocho estos días con una selección de proyectos
que se centren en la relación entre la ciudad y su rol como espacio
de acción de los ciudadanos? Pues no. Oportunista porque después de
un 2012 donde ser ciudadano era una acción cargada políticamente,
los arquitectos deciden usar el término y soñar por unos momentos
que su rol en la sociedad tiene algo que ver con la construcción de
un entorno para que se desarrolle la ciudadanía, cosa que tampoco es
muy cierta.
Lo que nos lleva directamente al punto
central de la curatoría. Esta bienal ha sido “curada” por el
arquitecto Sebastián Gray. Sería interesante poder entender qué
rol puede tener un curador en una muestra donde todos los proyectos
recibidos se exponen (es decir, salvo por la impresión al doble de
escala y la inclusión de maquetas para los proyectos seleccionados
por el jurado, no hay selección), donde todas las escuelas de
arquitectura reciben un espacio para exponer sus actividades (y donde
tampoco se selecciona), donde la exposición de publicaciones
muestra, nuevamente, todo lo recibido y donde una serie de empresas
simplemente compran espacio publicitario para promover sus productos.
¿Dónde está la curatoría, la visión
de Gray? ¿Acaso quieren hacernos creer que esta Bienal tiene algo
(al menos en la palabra “curador”) parecido a las verdaderas
bienales de arquitectura, donde el sentido mismo de la muestra se
hace con un sentido curatorial, donde se presenta un tema y donde el
contenido expone y discute ese tema? ¿Por qué el Colegio de
Arquitectos no convoca a un concurso de curatoría para la bienal,
donde los interesados en participar proponen un tema que de verdad
define lo que se expone, y preparan una selección de la muestra de
la arquitectura que ese proyecto curatorial quiere mostrar como
representante de dos años de la procucción arquitectónica en
Chile? La respuesta es muy simple: no les interesa hacer una
verdadera bienal, sino sólo una feria donde todos los arquitectos
colegiados tienen la posibilidad de mostrar su trabajo, previo pago
de a) la colegiatura y b) la cuota para participar.
Hagamos simplemente el ejercicio de ver
la diferencia radical entre una bienal de verdad (y vamos, por
ejemplo, a la más importante, la de Venecia, que el curador Gray
comoce muy bien) y la bienal de Chile. Estar expuesto en la primera
es un honor, producto de una selección en varios niveles sucesivos
de evaluación, con un proyecto curatorial de verdad y una postura
ideológica contenida en un proyecto con una visión parcial pero por
eso mismo más potente. Estar expuesto en la segunda pasa por pagar
una cuota. Para graficar esa diferencia, basta ver la relevancia que
tiene la bienal de Venecia en su ciudad y la que tiene la de Santiago
en la suya.
Así las cosas, no cabe duda que el
formato de la bienal de Chile es un formato muerto, destinado a
reforzar ese estado de cosas del que tantas veces que los arquitectos
nos quejamos. Si queremos tener un mínimo de voz en la sociedad,
entonces hagamos una bienal que diga algo relevante. Como muchas
otras acciones típicas de la sociedad chilena endogámica e
hipersegregada, este ejercicio de las bienales no pasa más allá de
ser el típico palmoteo en la espalda entre los amigotes.
Y de bienal, sólo tiene que es cada
dos años.